A 43 años del golpe
Punto Final
Han transcurrido 43
años desde la muerte del presidente Salvador Allende en La Moneda
bombardeada y en llamas. Tiempo más que suficiente para apreciar en toda
su magnitud la tragedia que desató en Chile la traición de las fuerzas
armadas en cumplimiento de su tradicional papel de escuderos de la
oligarquía. El recuerdo de ese hecho histórico se hace especialmente
necesario en la crisis que hoy vive el país y cuyo principal ingrediente
es precisamente el factor ético. Inspirarse en la lección de Allende de
lealtad a los principios en esa hora suprema, ayudará a la futura
Izquierda chilena a recomponer el ideario que permite las grandes
hazañas de los pueblos.
La lección de Allende -rubricada por el
heroísmo de enfrentar el golpe militar con un puñado de valerosos
combatientes- ha sido relegada al olvido por muchos que se proclamaban
sus “seguidores” y “herederos”. La Izquierda institucionalizada
desempolva cada tanto el recuerdo de Allende para cumplir un rito que se
hace cada vez más formal. Se sacraliza su nombre, convertido en ícono
inofensivo despojado detodo filo revolucionario. En la conducta de esa
falsa Izquierda no se rescatan los valores éticos y políticos por los
que combatió Allende. El ejemplo másbochornoso lo constituye su propio
partido, que hace tiempo abandonó la ideología y los principios
originales del PS para hacer suyas las banderas del neoliberalismo.
A
través de sus representantes en el gobierno y Parlamento, ese tipo de
políticos han gobernado y legislado en beneficio de la billetera de los
que derrocaron al presidente Allende y que aplicaron al pueblo un
despiadado terrorismo de Estado. Los cinco gobiernos de la Concertación
(hoy reencarnada en Nueva Mayoría) han sido el revés de la medalla del
gobierno de Allende y la Unidad Popular. Sería muy injusto, desde luego,
reprochar esa actitud a la Democracia Cristiana que no tiene parentesco
ideológico ni político con la Izquierda. La DC nació en Europa, acunada
por la Iglesia Católica para contener los avances del comunismo. En
Chile, la DC asociada a la derecha participó en la conspiración golpista
alimentada por fondos de la CIA. Sería absurdo, por tanto, pedir que
los dos gobiernos post dictadura encabezados por la DC reivindicaran la
lección del presidente Allende. Pero los gobiernos de los “socialistas”
Lagos y Bachelet, que en nada se diferencian de los de Aylwin y Frei (ni
tampoco de Piñera), desnudaron la vergonzosa conversión de antiguos
marxistas en diligentes administradores del capitalismo más extremo que
existe en el mundo.
Costará mucho esfuerzo -y una titánica
batalla de ideas- revertir el daño que ha causado la traición a los
principios igualitarios y democráticos cometida por el maridaje de
política y negocios. Será la pesada herencia que dejarán estos
gobiernos. Barrer con la corrupción necesitará de algo más contundente
que la escoba que agitó Carlos Ibáñez en los años 50 para limpiar la
corrupción de los gobiernos radicales.
La indiferencia política y
la abstención electoral -que ya alcanza al 60%- constituyen formas
pasivas de castigo que los ciudadanos aplican al sistema y a sus
instituciones. Pero son armas inocuas en la lucha por los cambios
políticos y sociales. La abstención, fenómeno en crecimiento -que
seguramente se repetirá en las elecciones municipales del próximo 23 de
octubre- solo desprestigia aún más al sistema, pero no lo modifica. Los
partidos de manos sucias se distribuirán las piltrafas de crédito
público que aún restan. Pero las instituciones desprestigiadas seguirán
funcionando en medio del páramo social en que ya se encuentran. En las
elecciones presidenciales y parlamentarias del 19 de noviembre de 2017
sólo se producirá un cambio de turno en el gobierno. Lo más probable es
que la Nueva Mayoría sea reemplazada -otra vez- por Sebastián Piñera y
su equipo empresarial. Los partidos se redistribuirán amistosamente los
35 nuevos cupos de diputados y los 12 de senadores que les permite la
nueva ley electoral. Los malabaristas de la política ya se preparan para
celebraresas importantes “victorias” parlamentarias. Y así continuará
girando el carrusel de la política, si el pueblo permanece con los
brazos cruzados y no toma en sus manos la iniciativa de producir el gran
cambio que sólo puede provenir de una Asamblea Constituyente.
El 11 de septiembre de 1973 fue un tajo brutal que interrumpió el
desarrollo democrático alcanzado hasta entonces por el país. Las
consecuencias de ese impacto se mantienen hasta hoy. Este fenómeno tiene
diversas expresiones en las relaciones sociales y en la vidacotidiana
de los chilenos. La principal es el miedo, un miedo no confesado pero
latente en la conducta conservadora -cuando no hipócrita- de vastos
sectores. Es el temor a que la imprudencia pueda despertar otra vez la
locura homicida de la oligarquía y sus fuerzas armadas. La historia del
país está jalonada de masacres, guerras civiles, golpes de Estado,
revoluciones, motines, conspiraciones y dictaduras. Sobre todo el
espanto que produjo el terrorismo de Estado de los años 70 y 80. Esto
hace que el temor tenga un fundamento objetivo. La casta política lo ha
utilizado para mantener casi intacto el modelo que implantó la
dictadura. Su lema ha sido ceder a las demandas populares con una
condición: los cambios pueden hacerse solo “en la medida de lo posible”.
Sin embargo, lo que el país necesita es cerrar una brecha histórica y
retomar el camino democrático y de justicia social que trazaran el
presidente Allende y los partidos populares de los años 70. Esto se ve
dificultado por el temor al cambio que impide -por ahora- reconvertir el
desprecio a la corrupción en alternativa de democracia participativa.
Para que una amplia mayoría ciudadana apoye la alternativa es
indispensable generar condiciones para defender al futuro gobierno
popular de las maniobras desestabilizadoras y amenazas golpistas que se
reactivarán, como siempre sucede. La insistencia del imperio en bloquear
los procesos democráticos en América Latina sigue vigente. Lo evidencia
la difícil situación que vive Venezuela -objetivo de un plan golpista
similar al que sufrió Chile-, y los golpes “blandos” en Brasil, Paraguay
y Honduras.
El pueblo organizado y consciente de sus derechos
necesitará también construir una alianza con las fuerzas armadas para
alcanzar triunfos con fortaleza suficiente para garantizar su
existencia. En Chile, país que ha sufrido la traumática experiencia de
la dictadura, forjar la alianza pueblo-fuerzas armadas suena a utopía
inalcanzable. Las contradicciones son muy fuertes. Pero no se trata de
hacer tabla rasa del abismo que abrieron 17 años de tiranía. Ese periodo
no solo fue responsabilidad de las fuerzas armadas sino también de la
elite civil que las incitaron a martirizar al pueblo. Si pretendemos
reemprender -con las diferencias que imponen las condiciones del mundo
de hoy- el camino que inició el presidente Allende, hay que volcarse a
construir la fuerza social, política y armada que abra paso al futuro.
Esto, en los hechos, lo han iniciado los movimientos sociales. La unidad
del pueblo explotado se da en la lucha. Lo están demostrando las
protestas por el estado miserable de la salud pública y por el robo de
las AFP. Movimientos de prolongada resistencia como la lucha ejemplar
del pueblo mapuche son inspiradores de la protesta que fermenta en el
seno de la sociedad. Lo mismo sucede con el movimiento estudiantil que
desde 2006 no ceja en su exigencia de educación gratuita y de calidad.
La irrupción masiva a nivel nacional de laCoordinadora de Trabajadores
No+AFP abre un espacio favorable al movimientopopular para plantearse
metas superiores. Si los movimientos sociales logran confluir en un
programa que demande también la convocatoria de la Asamblea
Constituyente, se daría un paso fundamental para honrar la lección del
presidente Allende. Una Constitución Política democrática en su origen y
contenido no resolverá por sí sola la crisis. Pero el proceso de
discusión en la base social que iniciará el llamado a Asamblea
Constituyente y las decisiones plebiscitarias que trae aparejada la
aprobación de la Carta Fundamental y la nueva institucionalidad,
permitirán el vuelco democrático que hará posible retomar el camino de
la independencia nacional, la soberanía popular y la justicia social que
interrumpió la violencia golpista en 1973.
Editorial de “Punto Final”, edición Nº 859, septiembre 2016.
www.puntofinal.cl
No hay comentarios:
Publicar un comentario