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lunes, 10 de octubre de 2016

Brasil: avatares de un país en su callejón, ¿habrá salida?


Eric Nepomuceno

No hay duda: el Partido de los Trabajadores (PT), hasta hace pocos años considerado el mayor partido de izquierdas de América Latina, sufrió el domingo 2 de octubre, en las elecciones llevadas a cabo en 5 mil 568 municipios brasileños, la más fragorosa derrota de su existencia.
Tampoco hay espacio para dudas en relación con la victoria estruendosa de los dos principales partidos de la base del gobierno de Michel Temer, quien se alzó en la presidencia gracias a un golpe institucional consumado frente a la mirada apacible y bovina no sólo de la Corte Suprema, sino de la mayoría de los brasileños, anestesiados e idiotizados por los grandes medios de comunicación.
Así, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) de Temer y el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) del ex presidente Fernando Henrique Cardoso pasan a medir fuerzas entre sus propias huestes y corrientes internas. Una disputa entre vencedores: de aquí en adelante, cada paso tendrá el objetivo de afianzarse como opción para las presidenciales de 2018.
El PT no ha quedado solo en la derrota: todo el campo de la izquierda obtuvo resultados desastrosos. Sólo en dos capitales, Río de Janeiro y Belém do Pará, candidatos del Partido del Socialismo y Libertad (PSOL), nacido de una disidencia del PT de Lula da Silva, disputarán la segunda vuelta electoral el domingo 30 de octubre.
Ganó especial relevancia el aspirante a la municipalidad de Río, Marcelo Freixo, quien, con tiempo exacto de 11 segundos en cada una de las dos tandas de la propaganda en la televisión, logró superar al candidato del PMDB y pasar a la segunda vuelta. Sin embargo, pese a ese desempeño espectacular, sus posibilidades frente a uno de esos autonombrados obispos evangélicos son más bien escasas.
Por su hegemonía en la izquierda brasileña a lo largo de por lo menos los últimos cinco lustros, la situación del PT merece atención especial. Este año, el PT presentó, en todo el país, poco más de la mitad de los candidatos que contendieron por sus siglas en 2012. Ha sido su peor desempeño en 20 años. La formidable y perversa campaña mediática, sumada a los efectos de la evidente acción persecutoria de la justicia, diezmaron la imagen del partido ante su electorado tradicional.
Por más que juristas de indudable calibre disparen críticas feroces a los métodos absolutamente facciosos de los encargados de la Operación Lavado Rápido, empezando por el juez de primera instancia Sergio Moro, y aunque por cuarta vez seguida el mismo Supremo Tribunal Federal haya lanzado críticas contundentes a la tendencia de fiscales a hacer de sus acciones espectáculos mediáticos, nada cambia. El esquema cuenta con respaldo total del aparato gigantesco de las Organizaciones Globo. Así, la opinión pública ignora olímpicamente lo que se pasa entre bastidores de un sistema judicial desvirtuado de manera brutal.
Sin embargo, y aunque no hubiese maniobras jurídicas manipuladas y manipuladoras, el PT estaría en un callejón oscuro debido a sus propios y drásticos errores. Al aliarse a lo más viejo y corrompido de la política brasileña, el partido se dejó arrastrar por vicios que combatió a lo largo de su trayectoria. Ahora es víctima de la traición implacable de sus aliados de ocasión, que en nombre de la moralidad alejaron a una presidenta honesta para poder entregar el país a los chacales, mientras dicen esforzarse para salvarlo.
Para que quede claro hasta qué punto el sistema judicial brasileño está determinado a ignorar cualquier principio, el provinciano juez Sergio Moro explicó, hace días, que el país vive una situación extraordinaria que justificaría sus desmandes y la ruptura de reglas esenciales para el funcionamiento del pleno estado de derecho, comenzando por la presunción de inocencia.
Basta con ver lo que ocurre con el ex ministro de Hacienda de Lula da Silva, Antonio Palocci: Moro lo mantiene en prisión por tiempo indeterminado porque no se encontraron pruebas en su contra.
No se trata, aquí, de asegurar su inocencia: se trata de recordar que les toca a los fiscales probar su culpa. Y destacar lo absurdo que es mantener en la cárcel a un sospechoso de crímenes ampliamente investigados, pero no comprobados, hasta que se logre corroborarlos.
Si es indudable que el PT y las izquierdas brasileñas se encuentran en un callejón oscuro tratando de hallar alguna salida, mucho más alarmante es el callejón al que el país fue empujado luego del golpe institucional.
Mientras tiemblan las bases del estado de derecho y acechan los riesgos de un estado de excepción, el gobierno avanza en su misión destrozadora.
Amenaza con imponer un tope para gastos gubernamentales durante las próximas dos décadas, condenando así cualquier planificación de los futuros presidentes. Amenaza con liquidar a Petrobras, descuartizarla y venderla a precio de ganga. Amenaza, por fin, con empujar más y más al país construido a lo largo de los últimos 13 años a un callejón sin salida.
Mientras, los mercados financieros y las grandes trasnacionales saludan, con entusiasmo, cada paso del gobierno de Temer. Para los beneficiados de siempre, el golpe institucional ha sido una dádiva divina. Y Temer será su dios mientras cumpla rigurosamente cada uno de sus designios.
¿El país, su patrimonio, su pueblo? Bueno, sabrán volver a su lugar: el mismo callejón sin salida ni futuro en el que estaban hace 13 años.

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