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miércoles, 7 de diciembre de 2016

El impasse político de Haití


La Jornada 
Fabrizio Lorusso*
Tras un año de tensiones políticas, fraudes electorales, calamidades naturales, protestas callejeras y cuatro postergaciones del voto popular, el pasado 20 de noviembre Haití vivió una jornada electoral en que se renovó un tercio de los congresistas y se eligió al nuevo presidente. El país llegó al voto con una economía estancada, una inflación de 10 por ciento y 80 por ciento de la población en la pobreza. Los resultados provisionales, que serán confirmados dentro de un mes, arrojaron un ganador con 55 por ciento de los consensos: el oficialista Jovenel Moïse, empresario bananero, delfín del ex presidente Michel Martelly y continuador de sus políticas neoliberales. El virtual ganador hizo un llamado a la unidad del país que está de rodillas para prevenir las impugnaciones y protestas que ya realizan sus opositores. Sólo acudió a las urnas 21 por ciento de los 6.2 millones de ciudadanos empadronados, lo cual resta legitimidad a un proceso que empezó hace más de un año, el 25 de octubre de 2015.
En esa ocasión Moïse llegó primero y habría tenido que competir en el balotaje contra Jude Celestin, de la Liga para la Emancipación y el Progreso de Haití (LAPHE), pero éste desconoció los resultados y formó el G8, una coalición de ocho candidatos opositores que apoyaron el boicot de la segunda vuelta y la anulación de las elecciones. Las protestas populares aumentaron y se dirigieron tanto contra las artimañas detectadas en las elecciones como contra la Minustah, la misión de estabilización de Naciones Unidas. Ésta, desde su institución en 2004, es percibida por la mayoría de los haitianos como un ejército invasor, responsable de violaciones a los derechos humanos y de la introducción del virus del cólera que ha provocado 9 mil muertos y 800 mil contagios desde 2010.
El Consejo Electoral Provisional (CEP) acabó admitiendo las irregularidades y declaró el voto nulo, pese a la oposición del Departamento de Estado estadunidense. Los fraudes, la cooptación y la compraventa del voto en Haití son prácticas comunes, así como las violencias antes y después de las jornadas electorales, a menudo relacionadas con grupos de choque del oficialismo. Entonces, en la incertidumbre, el poder pasó provisionalmente al presidente del Senado, Jocelerme Privert, en febrero de 2016.
A escala social las carencias infraestructurales, desatendidas por Martelly, quien favoreció, más bien, los megaproyectos turísticos y las multinacionales, amplifican enormemente los daños humanos de las catástrofes naturales, como el terremoto de 2010, que causó más de 250 mil víctimas, y el huracán Matthew de octubre pasado, que dejó 546 muertos y 175 mil sin techo.
A nivel político la fragmentación es extrema. Para desarticular los partidos tradicionales, como el izquierdista Fanmi Lavalas, Martelly impulsó leyes que bajan los requisitos para postularse a la presidencia y crear un partido. Esto facilitó el ascenso de oportunistas que sólo desean subirse al carro ganador, conseguir cargos y disponer de fondos de campaña. En 2015 se registraron 58 candidatos, quedaron 27 en 2016 y sólo seis hicieron campaña electoral. Sus líneas políticas son difíciles de determinar, así como los intereses que los respaldan, y el sistema muestra un evidente impasse. Perdieron importancia la militancia, los programas y las propuestas y la mejor opción ahora es fundar nuevos partidos como empresas personales sin base popular.
En este contexto, antes del voto, la red de movimientos sociales Haiti Action Committee lanzó un comunicado que sintetiza las tensiones políticas nacionales, al exigir elecciones libres y honestas sin injerencia de potencias extranjeras, el fin del financiamiento estadunidense a campañas de terror, coberturas imparciales de la prensa y la instalación del nuevo presidente el 7 de febrero, sin retrasos. La red, asimismo, denunció el sesgo controvertido del CEP, ya que su jefe, Leopoldo Berlager, y su consultor, el empresario Andy Apaid, fueron implicados en el golpe de 2004 contra el presidente Jean-Bertrande Aristide.
Aristide, presidente electo dos veces y defenestrado en 1991 y 2004, ha acompañado a su abanderada, la doctora Maryse Narcisse, que consiguió 9 por ciento de los votos, en la campaña electoral junto a su partido, el Fanmi Lavalas. Del mismo lado del espectro político se colocaba la plataforma Pitit Dessalines, de Jean-Charles Moïse, quien obtuvo 11 por ciento de las preferencias. Él y Narcise tenían varias propuestas en común que no prevalecieron: defensa de la soberanía, reducción de la dependencia del exterior, redistribución y neokeynesianismo económico.
Por otro lado Jovenel Moïse, contó con el aparato político de Martelly y el apoyo de Washington, dado su perfil neoconservador y neoliberal. Jude Celestin llegó segundo con 19.5 por ciento y se posiciona en una hipotética centro-derecha, pro mercado y economía abierta. Por tanto, las opciones ganadoras con canovaccio neoliberal fueron las de Moïse y Celestin. Ambos prometieron inversiones públicas y privadas, pero ancladas a la voluntad de empresas trasnacionales y de la cooperación internacional, así que, con un Congreso dominado por el oficialismo, no se vislumbraran cambios de perspectiva para Haití.
* Periodista italiano

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