Julio Muñoz Rubio *
El anuncio reciente del presidente
de Estados Unidos, Donald Trump, de retirar a ese país de los acuerdos
de París para combatir el cambio climático ha intensificado reacciones
opositoras en el mundo y dentro de esa nación, así como incrementado el
repudio a las políticas
anticientíficasdel magnate.
En efecto, parte importante de su argumentación desde su campaña
electoral se basó en negar la evidencia científica probatoria del
aumento de la temperatura global del planeta y su carácter
antropogénico. Para Trump, el cambio climático es sólo una invención de
los chinospara dañar la economía estadunidense.
Pero no sólo eso. En su obsesión racista, antimigrante, misógina y
homófoba ha pretendido tirar a la basura la evidencia científica
acumulada a lo largo de varias décadas que elimina las tesis de las
razas superiores, de la inferioridad natural de las mujeres o de la patología inherente a todo homosexual, lesbiana o trans. Ha decretado recortes importantes para la investigación en diversas áreas estratégicas, como a la Agencia de Protección Ambiental o a los servidos de salud.
En una acción sin precedente, la comunidad científica de Estados
Unidos, apoyada por la Academia Nacional de Ciencias de ese país, lanzó,
como sabemos, una convocatoria para celebrar una marcha mundial por la
ciencia, la cual se llevó a cabo el pasado 22 de abril en más de 600
ciudades de todo el mundo.
¡Insólito!
¿Acaso estamos regresando a la Edad Media, con su carga de irracionalidad y oscurantismo?
La ciencia es una institución propia del capitalismo, la empresa
racional por excelencia, la reivindicación de la capacidad del ser
humano para decidir el destino de su vida en función de la razón, la
prueba, el experimento y a través de ello llegar a la verdad. Es
elemento central de la revolución burguesa y, a pesar de las
deficiencias y críticas que se le hagan, uno de los pilares del progreso
y la mejora de la condición humana.
El capitalismo ha impulsado y usado a la ciencia en dos vías: por un
lado, como fuerza productiva material ligada a los intereses económicos y
la extracción de plusvalor en estrecha relación con la tecnología.
Todas las formas de determinismo económico han manifestado que, en el
fondo, la ciencia no es sino una empresa condicionada por las
necesidades económicas del capital y esto, que dicho de este modo es
falso y estrecho, no deja de tener cierto componente de verdad, que es
el que se está expresando en estos tiempos.
Por otro lado, ha impulsado a la ciencia como fuerza
productora de conceptos, saberes y visiones globales del mundo, sin
relación directa con la producción (ejemplos: teorías de la evolución y
de la relatividad, sicoanálisis).
Mientras el capitalismo se mantuvo como sistema en auge hubo un
relativo equilibrio entre los dos puntos arriba enlistados y una
convicción de que la ciencia era elemento indispensable en la mejora de
la condición humana y una elevación de la cultura, lo cual, en muchos
casos, en efecto ocurrió. Al capitalismo le interesaba, con todo y sus
grandes limitaciones, la cultura, la búsqueda de verdades (aunque en
diversos casos éstas fueran muy parciales y hasta falsedades
encubiertas).
Pero al capitalismo actual, en su crisis terminal, le tiene sin
cuidado la calidad de vida, humana y de las demás especies. Le tiene sin
cuidado el nivel cultural de la humanidad. Su ciencia se encuentra hoy
día unida estrechamente a los poderes fácticos que tiranizan el mundo y,
por tanto, descalifica todo lo que no le convenga para esos propósitos.
Declara una guerra a la verdad científica cuando es peligrosa para este
sistema.
De ese modo, resulta impreciso decir que Trump ha declarado la guerra
a la ciencia como un todo. Lo que ha hecho es descartar las
investigaciones y evidencias científicas que amenazarían con debilitar
su hegemonía. Dudosamente se lanzará contra las empresas multinacionales
que lo provean de ganancias, como la antigua Monsanto o las compañías
farmacéuticas, petroleras y automotrices, con toda su carga de
investigación en ciencia y tecnología.
Así las cosas, es erróneo declarar, frente al fanatismo
anticientífico de Trump, una defensa de la ciencia en abstracto o como
un todo. Lo que se debe defender es solamente la ciencia que es capaz de
contribuir a la libertad y la justicia, la que busca la verdad, el
conocimiento y la sensibilidad humanas, la que preserve el planeta.
Citando al ecólogo Richard Levins:
La mejor manera de defender la ciencia de los ataques reaccionarios es reivindicar una ciencia para el pueblo.
* Investigador de la UNAM, miembro de la UCCS
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