Emir Sader
Estar en favor del gobierno
de Venezuela no es sólo una cuestión política, sino también de
carácter. Es vergonzoso como persona que pretende estar en el campo de
la izquierda, instituciones con tradición de izquierda, partidos que en
principio pertenecen al campo popular, quedan silenciosos o se valen de
críticas al gobierno para justificar la falta de solidaridad con el
gobierno de Venezuela.
Uno de los argumentos de mala fe es el de que habría que sortear la
polarización entre gobierno y oposición, como forma de contornar la
radicalización, que sería no estar de ningún lado. Es pretexto para no
solidarizarse con un gobierno asediado por la derecha local y por el
gobierno de Estados Unidos. Intelectuales suman críticas al gobierno
para pronunciarse por la solidaridad
con el pueblo de Venezuela, como si el pueblo del país no estuviera involucrado en la polarización.
Se puede no estar de acuerdo con aspectos de las políticas del
gobierno de Maduro, pero ninguna crítica justifica una posición de
equidistancia, porque nadie tiene dudas de que, en caso de que se
lograra la caída del gobierno, sería sustituido por un poder de derecha e
incluso de extrema derecha, con durísimas medidas para los derechos de
la masa de la población venezolana y para los intereses nacionales del
país.
Hay todavía el argumento de que la izquierda latinoamericana no
debiera estar solidaria con el gobierno de Nicolás Maduro, que le daría
legitimidad en toda la región, comprometiendo la imagen de las fuerzas
progresistas latinoamericanas. Los que hablan de esa forma tienen una
imagen particular de la izquierda, que no es de la izquierda realmente
existente.
Una parte de esas posturas es reflejo de una ideología liberal. Lo
único que hay para esa visión son democracia y dictadura. Y como el
gobierno de Maduro no cabe en la concepción que tienen de democracia, lo
clasifica inmediatamente de dictadura y centran su fuego en contra del
gobierno, supuestamente aislado por una
sociedad civilen rebelión contra la
tiranía.
Para esos, aunque se digan de izquierda, no existen ni
capitalismo ni imperialismo. No hay tampoco derecha ni neoliberalismo.
Las clases sociales desaparecen, disueltas en la tal
sociedad civil, que pelea en contra del Estado. No toman en cuenta que se trata de un proyecto histórico anticapitalista y antimperialista.
Parece que no se dan cuenta que no se trata de defender un gobierno,
sino un régimen y un proyecto histórico. Que si llegara a caer ese
gobierno, cae todo el proyecto histórico iniciado por Hugo Chávez y
Venezuela se sumaría a la recomposición neoliberal que hoy victimiza a
Argentina y Brasil.
Se puede ser de izquierda y ser crítico, pero peleando dentro de la
izquierda, de las fuerzas antineoliberales, por el avance de esos
procesos, nunca por su derrota. Porque la alternativa a esos gobiernos
está siempre en la derecha –como Argentina y Brasil lo confirman–, nunca
en la extrema izquierda. Derrotar a gobiernos antineoliberales es abrir
el camino a la restauración neoliberal, que es la única bandera de la
derecha.
Lo que está en juego hoy no sólo en Venezuela, sino también en
Bolivia, en Ecuador, en Uruguay, en Argentina, en Brasil, es el destino
de los más importantes gobiernos que América Latina ha tenido en este
siglo: si se afirman y avanzan, si recuperan el camino donde la derecha
ha retomado el gobierno o si la contraofensiva neoliberal vuelve a
imponer la década nefasta en que imperó en nuestra región.
Esa es una razón más para que la izquierda exprese su apoyo y solidaridad con Venezuela. Ha
y
horas en que el silencio es criminal, sea de dirigentes, sea de
militantes, sea de intelectuales, sea de partidos, sea de instituciones,
sea de gobiernos, sea de quien sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario