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domingo, 10 de diciembre de 2017

La ingeniería del estado de sitio

[Honduras] Entrevista con el historiador Darío Euraque
Brecha


Darío Euraque es uno de los historiadores hondureños más reconocidos internacionalmente por su trayectoria y producción académica. Entre otros méritos, ha matizado exitosamente la noción de “república bananera”, idea peyorativa con la que históricamente se asocia a los países centroamericanos y que precisamente se inició y ambientó en Honduras a partir de la novela de Williams S Porter (1862-1910). Además de sus obras históricas, Euraque es autor de un libro testimonial sobre el golpe de Estado de 2009, episodio que vivió en carne propia mientras colaboraba con el gobierno del presidente Manuel Zelaya Rosales. Desde entonces, despojado de su cargo al frente de la gestión del patrimonio cultural del país, regresó al Trinity College, en Estados Unidos, donde estudió y es profesor titular desde hace más de dos décadas. Brecha conversó con él acerca de la débil institucionalidad en Honduras y la influencia de Estados Unidos en su país, pero también sobre los desafíos novedosos que enfrenta una nueva generación de jóvenes que ha comenzado a participar y defender con fuerza sus derechos.
—¿Qué hay de novedoso, y también de continuidad, en lo que acontece actualmente en Honduras?
—Hay ciertos fenómenos que sí son novedosos, otros que no, y que si no se comprenden ambos, uno puede menospreciar, reduciendo lo que está sucediendo a la caricaturización de lo que es un país pobre, o “república bananera”. Lo más novedoso es lo siguiente: por primera vez en la historia del sistema político hondureño, desde la independencia hasta ahora, un gobierno que se quiere reelegir –algo nada nuevo para el país– se enfrenta en una elección general a una coalición de partidos integrados en una alianza electoral. Aunque parezca normal en otros sitios, es totalmente nuevo para Honduras, nunca se había hecho eso. La Alianza de Oposición Contra la Dictadura –así se llama– la conforman tres partidos, todos nuevos, generados a raíz de la resistencia contra el golpe de Estado de 2009. Esto también aporta otra novedad, porque no sólo es que están en “alianza” sino que los partidos más antiguos, el Partido Libertad y Refundación (Libre), del ex presidente derrocado Manuel Zelaya Rosales, y el Partido Innovación y Unidad (Pinu), socialdemócrata, fundado a comienzos de los setenta, le ceden la candidatura presidencial a Salvador Nasralla, un personaje que en 2011 había fundado el Partido Anticorrupción (Pac). Hasta su título es interesantísimo en un contexto como el de Honduras. Nasralla es un hombre que no tiene vínculos políticos con los partidos antes de 2011 y que es de ascendencia árabe-libanesa. Esto es relevante, dado que en Honduras, aun después del golpe de Estado –no es menor señalarlo–, existió, incluso desde la izquierda, una etnofobia contra la presencia de la “hondureñidad palestina”, en parte porque el gran capital hondureño ha estado en manos de muchas familias de ascendencia árabe-palestina, y en parte porque muchos de ellos, no sólo de familias importantes sino los dueños del gran capital –sobre todo financiero, comercial– y de los principales periódicos de Honduras, radioemisoras y canales de televisión, apoyaron el golpe de Estado de 2009. En ese marco tener a Nasralla como el candidato de esta coyuntura, con ese perfil, es totalmente nuevo en la historia política del país. A ello debe agregarse que, aun si presumimos que no existió fraude –aunque yo creo que existió–, el hecho de que una alianza de estas características, con este candidato, pierda –aunque eso está por verse todavía– con una diferencia de uno o dos puntos es inédito, no sólo en la historia de Honduras, sino de toda Centroamérica.
—Más aún si tenemos en cuenta la débil institucionalidad histórica de los países centroamericanos, y más incluso en el caso de Honduras.
—Hay un hecho que no se conoce fuera pero es importante: Honduras ha tenido 15 constituciones desde la independencia, con todo, ésta bajo la cual se organizaron las elecciones y que fue violentada con el golpe de Estado de 2009 es una de las que han durado más tiempo. Se remite al año 1981, cuando Honduras y otros países de Centroamérica intentaron transitar a la democracia como forma de dejar atrás las guerras civiles. Hasta entonces Honduras, al igual que los países de la región, salvo Costa Rica, había estado bajo regímenes militares que gobernaban dictatorialmente, más allá de que existía otro texto constitucional de 1965 pero al que nadie le prestaba atención. Por lo afirmado, debe tenerse presente que el país ha tenido en promedio una Constitución cada diez o quince años, lo cual tiene una indudable repercusión en todo el sistema político.
Ahora bien, soslayando los períodos dictatoriales, en los pocos momentos en que ha habido gobiernos civiles, esos mismos gobernantes, para mantenerse en el poder y continuar y neutralizar resistencias, han recurrido al fenómeno que está viviendo Honduras actualmente, y que es un estado de sitio. A este respecto es importante mencionar el trabajo de un colega estadounidense, Kevin Coleman, quien fue el primero en generar un registro sistemático del número de veces y la cantidad de tiempo en que, desde fines del siglo XIX hasta los sesenta del siglo XX, Honduras vivió en estados de excepción durante los cuales la población perdía sus libertades de asociación, reunión o expresión. Obviamente que cuando hay una dictadura se pierde eso, pero lo que no se sabe es que los mismos gobiernos civiles y democráticos han recurrido a este recurso: el hecho de que el presidente Juan Orlando Hernández recurra en Consejo de Ministros al estado de sitio ha sido como sacarse una pluma del bolsillo. Es parte de la ingeniería antidemocrática que usan todos los partidos.
Incluso iría más lejos, eso permea muchos impulsos antidemocráticos y autoritarios de la población hondureña en general, y lleva a que la forma de resolver los problemas sea –a sabiendas de la historia de golpes y estados de excepción– recurriendo a la violencia.
—Por lo que explicas, parece que entonces la Alianza es temporal.
—No. A pesar de esta tradición antidemocrática que de alguna manera acabo de caracterizar, hay una serie de factores que incidieron no sólo en que surgiera un Libre, una figura como Nasralla, sino un Frente de Resistencia Nacional Popular, que si bien ha sido golpeado con asesinatos y más, es posible que todo esto sea quizás una transición a una cultura política mucho más madura. Y allí hay factores clave que pueden explicar esto. Uno es que la población hondureña en general –y la población electoral– es bien joven, y en torno a ella surge el carácter no alienado de su comportamiento electoral con los partidos históricos, sea con los liberales como con el Partido Libre. Entonces tenemos un fenómeno extraordinariamente novedoso y a mi juicio bienvenido: la destrucción del Partido Liberal, un partido que definitivamente perdió la visión social que tuvo en los cincuenta y los sesenta, y que más recientemente apoyó el golpe de Estado, ahora cosecha una adhesión de 15 por ciento. Eso quiere decir que las nuevas generaciones de votantes no cayeron en el tradicionalismo.
—¿Cuánto incidió entonces una figura como la de Nasralla, en su rol de comunicador, relator y presentador de televisión, para cosechar el apoyo de esa nueva generación juvenil de votantes?
—A mi juicio debe añadirse otro elemento que es más estructural que Nasralla y que pasa por el acceso a los medios de comunicación y a una cultura de las redes sociales que no existía tan masivamente en 2009. Desde esa fecha hasta ahora se ha desarrollado toda una cultura de redes sociales que los partidos ya no controlan y que sí la maneja esa juventud, que se articula incluso a nivel internacional. He aquí entonces el vínculo entre ese fenómeno y Salvador Nasralla. Él es ingeniero, estudió en Chile también, pero políticamente no construyó nada en Honduras hasta muy recientemente, y de hecho es conocido en el país por dos papeles muy populares que desempeñó. Uno tiene que ver con ser narrador de fútbol, por radio y televisión. Además cultivó su imagen: es un hombre alto, blanco, lo que en Honduras es una excepción al fenotipo y llama la atención. Es un gran amante del deporte, sobre todo del fútbol, gran defensor de la camiseta hondureña, y tiene una forma particular de narrar o relatar –como dicen en Uruguay– los goles. Entonces miras en sus discursos y parece que nunca se le olvida que ya no está narrando partidos sino que está brindando discursos políticos.
Para finalizar, en torno a su papel mediático, él fundó y conduce un programa de televisión de sorteos que se llama X0 da dinero, muy popular, que se emite en vivo y se ve no sólo en la capital, y que tiene como quince años.
—Resulta inevitable consultarte acerca de Estados Unidos, que ha permanecido extremadamente silencioso en una región donde históricamente su poder se ha impuesto decisivamente.
—Cuando digo Estados Unidos me refiero fundamentalmente a la embajada. No dudo de que tras las sombras está buscando formas de proteger sus intereses. Pero se da una coyuntura muy especial y creo que es importante no reducirla a superficialidades. Lo primero es la Alianza, algo a lo que nunca se ha enfrentado un gobierno estadounidense en Honduras. Están acostumbrados a los viejos políticos tradicionales, y Salvador Nasralla no lo es. Por otro lado está también el grave problema del narcotráfico. En los últimos cuatro años se han extraditado 16 capos a Estados Unidos, pero eso no quiere decir que desaparecieron las estructuras. Entonces eso es parte de la preocupación, porque en esta coyuntura no desean otro vacío de poder como el acontecido en los meses siguientes al golpe de 2009, cuando los cárteles de México y Colombia prácticamente contribuyeron a la elección de Juan Orlando Hernández en 2013. Y es importante recordar que el hijo del ex presidente Porfirio Lobo –del Partido Nacional, que asumió tras el golpe de Estado–, Fabio Lobo, está preso en Estados Unidos por narcotráfico, condenado a 24 años. No sólo eso: el hermano de Juan Orlando Hernández que es diputado del Partido Nacional ha sido sindicado por uno de los cárteles, el de Los Cachiros, como uno de los puentes del financiamiento que otorgó el narcotráfico a la campaña de Hernández en 2013. Entonces a los estadounidenses les preocupa también que si apoyan a Juan Orlando Hernández –por no querer a la Alianza donde está Zelaya, y que no pueden controlar– apoyan al narcotráfico.
En suma, lo anterior debe contextualizarse y analizarse a la luz de lo que es la política interna de Estados Unidos. Recuérdese la investigación en marcha en torno a las relaciones entre el círculo más inmediato del presidente Trump –y quizás él mismo– con los rusos en la campaña electoral que lo llevó a la presidencia. Por otra parte, debe recordarse que el Departamento de Estado no es bien visto por este presidente, todo lo cual parece explicar también ese silencio. En otros tiempos hubiera habido pronunciamientos mucho más fuertes. Trump ni siquiera ha nombrado un embajador en Honduras. Ese es un contexto de sospecha que no debe menospreciarse.

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