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martes, 17 de abril de 2018

Guatemala-Belice ejemplo esperanzador

La Jornada 


El domingo anterior los ciudadanos guatemaltecos fueron convocados a las urnas para participar en una consulta acerca del diferendo territorial entre su país y el vecino Belice. Los gobiernos de ambas naciones acordaron someter al referendo de sus respectivas sociedades si están de acuerdo en dirimir el antiguo conflicto ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya. No obstante que en el proceso imperó un alto índice de abstención, la gran mayoría de los votos fue por la aprobación de la propuesta. Las autoridades beliceñas, por su parte, deben decidir aún la fecha en la que llamarán a votar a sus ciudadanos.
El origen de las diferencias territoriales entre ambos países centroamericanos se remonta a las postrimerías del siglo XVIII, en plena era colonial, cuando España cedió a Inglaterra territorios que formaban parte geográfica de la península de Yucatán. Sin embargo, Londres fue extendiendo su control más allá de lo acordado.
Décadas más tarde, cuando culminaron los procesos independentistas, los territorios en cuestión formaban parte de la Capitanía General de Guatemala, integrada por esa nación más Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica, así como por el actual estado mexicano de Chiapas. Este último optó por adherirse al México naciente y no a las Provincias Unidas del Centro de América, o Federación Centroamericana, una entidad política que tuvo vida corta y cuya desintegración dio origen a los actuales países de América Central.
México, en tanto, tras resolver en forma exitosa los problemas de delimitación entre su territorio y el guatemalteco, reconoció a la colonia británica y en acuerdos firmados entre 1893 y 1897 se fijó, de común acuerdo con Londres, la frontera definitiva. Para entonces, Guatemala e Inglaterra habían firmado un pacto en virtud del cual la primera nación renunciaba a sus derechos sobre Belice a cambio de que la segunda construyera una carretera entre la capital guatemalteca y el puerto caribeño de Puerto Barrios, una condición que la parte inglesa jamás cumplió, lo que dio pie a que Guatemala desconociera el tratado y reclamara la totalidad del territorio beliceño.
Tras la independencia de la antigua Honduras Británica (1973), las nuevas autoridades de Belmopán asumieron de manera directa las relaciones con el país vecino, las cuales no estuvieron exentas de momentos de tensión e incluso de movilizaciones militares en ambos lados de la frontera común.
Hace 10 años ambas partes alcanzaron finalmente un acuerdo para someter el diferendo –el reclamo guatemalteco se ha reducido a poco más de la mitad del territorio beliceño, el situado al sur del río Sibún– a la Corte Internacional de Justicia.
Pese a los desencuentros e incidentes fronterizos trágicos, ha prevalecido la voluntad de ambos estados por resolver el conflicto de manera pacífica. Tal comportamiento resulta ejemplar y digno de reconocimiento, y cabe esperar que las dos partes, Belice y Guatemala, logren llegar pronto a una solución definitiva y que esas naciones hermanas y vecinas de la nuestra puedan despejar de manera perdurable los obstáculos en su relación bilateral.

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